Ejercicios espirituales.
4/06/2009 | Author:

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La música pasionaria de J. S. Bach no se limita a las dos monumentales Pasiones que conocemos, la de San Juan y la de San Mateo, ni a las que se han perdido, como la de San Lucas y San Marcos. Dentro de su abundantísima producción de cantatas, destinadas a embellecer los oficios litúrgicos de la iglesia de Santo Tomás de Leipzig, hay varias que glosan la Pasión de Cristo, o los momentos inmediatamente anteriores. Esta semana he escogido una espléndida grabación, de 2007, en la que, Philippe Herreweghe con el Collegium Musicum de Gante, a quienes hemos tenido la dicha de escuchar alguna vez por estas tierras, interpreta cuatro de estas cantatas, ciertamente hermosas, sumamente interesantes y no muy conocidas: uno de esos maravillosos hallazgos que todavía nos depara el inmenso tesoro musical del Cantor de Leipzig. El maestro Peluca, siempre resulta genial, pero hay momentos en se ponía estupendo, como el personaje valleinclanesco, y estas cuatro cantatas, densas, serias y profundas, corresponden a esos instantes, por lo demás, bastante frecuentes en él. Sus textos son de una gran belleza y su música de un dramatismo estremecedor: unos magníficos "ejercicios espirituales" para meditar durante la Semana Santa.

La actividad musical se interrumpía en las iglesias de Leipzig durante la Cuaresma, con la única excepción del día de la Anunciación, y sólo se reanudaba durante la Semana Santa, cuando se interpretaban las Pasiones. El último día en que la liturgia se revestía con el ropaje musical era, precisamente, el domingo inmediatamente anterior al inicio del periodo cuaresmal, el llamado domingo "Estomihi" (Séd para Mí). Esta era una festividad a la que los melómanos de la ciudad prestaban una especial atención, porque sabían que, a partir de ella, les esperaba un largo periodo de ayuno musical, y, lógicamente, el bueno de Juan Sebastián aprovechaba la ocasión para echar el resto y sorprender a los oyentes con creaciones especialmente cuidadas, como las que recopila este compacto. Pero, además, hubo una circunstancia muy especial en las dos primeras, BWV 22 y 23, para que el Maestro se esforzase hasta el límite, y es que fueron algo así como sus oposiciones a la plaza de Cantor

En el invierno de 1723 había decidido Bach abandonar la pequeña corte de Cöthen, donde había pasado años tan felices. Su protector, el príncipe Leopoldo, se había casado con una señora decididamente anti-musical. El Maestro solicitó entonces el puesto de Cantor en la iglesia de Santo Tomás de Leipzig que estaba vacante, aunque sabía que su labor allí sería mucho más ingrata que en la plácida Cöthen, y para mostrar a las autoridades su buen hacer, presentó estas dos cantatas en el oficio del domingo pre-cuaresmal, antes y después del sermón. En la primera (BWV 22) se glosa la decisión de Jesús, ya amenazado por el Sanedrín, de ir a Jerusalén, para que se cumpliese lo que estaba escrito sobre el Hijo del Hombre. La segunda (BWV 23) es una bella glosa poética sobre la Pasión de Cristo que Él mismo había anunciado como inevitable. Es curioso señalar que hasta la prensa de Hamburgo, una ciudad muy lejana se hizo eco de este estreno y de la admiración con que fue acogido. El músico consiguió el nombramiento un par de meses después. Las otras dos cantatas (BWV 127 y 159), también destinadas al domingo Estomihi, son unos años posteriores, del 1725 y 1729, contemporáneas, pues, de las dos grandes Pasiones y muy emparentadas con su doliente mensaje estético, aunque quizás sean más complejas, aún en cuanto al empleo de los recursos sonoros.

Fisgoneado en La Verdad.

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