Muchos profesores y padres reniegan de Halloween por considerarlo una americanada ajena a nuestra cultura. Sin embargo en colegios e institutos se celebra anualmente con ímpetu renovado y todo lujo de detalles. Pero el espíritu de Halloween no está tan lejos de nuestras tradiciones del día de Todos los Santos y día de las Ánimas. Es más, pertenecen al mismo universo mental y espiritual.
Esta fiesta de origen europeo, celta para más señas, fue llevada a Estados Unidos por los inmigrantes irlandeses a partir de 1846. Los antiguos celtas hace 2.500 años pensaban que los espíritus de los fallecidos podían salir de los enterramientos para apoderarse de los cuerpos de los vivos y resucitar. Como medida preventiva ponían huesos, calaveras y otros objetos desagradables para ahuyentar a los espíritus de muertos malvados y que estos no entraran en las viviendas. Ese es precisamente el sentido de la calabaza, los disfraces grotescos de brujas y otros personajes malvados que emplean los niños cuando casa por casa piden «truco o trato» a los mayores. Es decir si no son obsequiados con golosinas realizarán trapacerías como lanzar huevos contra la fachada.
Aquí nuestros antepasados creían igualmente que las almas de los difuntos retornaban a sus antiguas moradas y para ello las mujeres de la casa les preparaban una cama para que en la noche del 1 al 2 de noviembre reposaran. Las almas se introducían por las chimeneas o por las cerraduras, por ello los más jóvenes tapaban con barro o yeso los cerrojos, sobre todo donde moraban mozas casaderas.
También en nuestra comarca vaciaban una calabaza, luego sustituida por el melón, para tallar ojos y boca e introducir en su interior una vela, acción que como en Estados Unidos pretende alejar a los espíritus malévolos.
Nuestros antecesores sabían perfectamente que no se debía salir en esa noche a la calle pues quedaban expuestos a los nefastos espíritus que se presentaban bajo diversas formas como ovillos de lana rodando y lluecas seguidas de polluelos. Incluso el mismísimo Diablo bajo apariencia de choto o cabra.
Deseo poner como ejemplo al Colegio San Agustín de Fuente-Álamo y a su profesor, el cartagenero José Luis Carralero Alarcón, que hace las veces de cronista de la Cofradía del Cristo del Socorro, pues les propone a sus alumnos de primaria y secundaria que conversen con sus abuelos para que les cuenten estas tradiciones locales, ponerlas en común y comer gustosos tostones que elabora una madre.
Sería deseable que en las escuelas se profundizara en el sentido de esta fiesta y su apretada conexión con nuestras tradiciones de ánimas, sin olvidarse nunca de los dulces tostones.
José Sánchez Conesa.
Investigador de la Cultura Popular del Campo de Cartagena.
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